jueves, 29 de julio de 2010

La Refugiada



Lloraban los niños, la policía empujaba, los novios se despedían, los pasajeros estiraban los brazos por las ventanas. Cuando el tren se puso en marcha apretó los puños. Papi y la Bruja, tomados del brazo, blandían cada uno un pañuelo y le decían adiós.

El tren atravesó los Pirineos. En San Sebastián Leonor abordó un vapor noruego. Un viaje triste en el que nadie despegaba la vista del cielo, por si llegaban los aviones en picada, ni del mar infestado de submarinos. Al segundo día una costa verdosa se asomó en el horizonte.

Le abrieron los libros y leyeron sus cartas. La llenaron de preguntas, una y luego otra, sin parar, y Leonor con su inglés flojo se confundía, se fregaba. Poco faltó para que la botaran en un barco rumbo a Lima y le dijeran adiós, bye bye, sweetie, directo a los brazos de la tía Eduvigis García, a rezarle a San Martín de Porres.

Al tercer día el abogado la logró sacar. Había llegado sana y salva, ahora le tocaba sobrevivir en un país en guerra.